sábado, 18 de agosto de 2007

En busca de la sonrisa del delfín

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Lindas playas, sol –casi- eterno, buenas olas, excelente comida. Cualidades nada desdeñables y famosas de la provincia de Talara. Sin embargo, al adentrarnos más allá de lo evidente, comprobamos que el encanto no acaba en la cresta de la ola. Un paseo en bote por el mar de Los Órganos nos aproximó a una rama del turismo poco conocida en nuestro medio, pero no exenta de aventura: el ecoturismo de observación.

Nos cogieron desprevenidos. Acabábamos de dejar el muelle del distrito Los Órganos* a bordo de un pequeño bote, y todavía estábamos acomodándonos en la lancha que nos llevaría en su búsqueda, cuando ellos nos salieron al paso. Aparecieron como una alucinación, escurriéndose entre las embarcaciones, en una mezcla de loca carrera y armoniosa coreografía. Fue así como decenas de delfines locales nos dieron la bienvenida a sus aguas.

El día anterior, en Lobitos*, un tablista nos había dado buenos indicios. Había tenido un encuentro cercano, durante su incursión en Piscina*. Al escucharlo, mentalmente deseé tener la misma suerte, en mi primer intento por encontrarme cara a cara con uno de esos animalitos de perenne sonrisa, casi tan enigmática como la de la Mona Lisa.

Golpe de suerte, buena estrella, telepatía. La explicación poco importa. El asunto es que, esa mañana, salí en su búsqueda cámara al hombro. Y pese a la imposibilidad de anunciarles mi visita, estuvieron puntuales en la cita. Cerca de treinta delfines mulares o “nariz de botella” estaban allí, libres, frente a mis ojos, sin pantalla de por medio, escapados de mis sueños, casi al alcance de la mano, y dispuestos a dar un espectáculo inolvidable.

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Su nombre científico es Tursiops truncatus, explica Sebastián Silva, biólogo marino y guía de la excursión. Él y Belén Alcorta, especialista en ecoturismo, apoyados por “Veloz” -el conductor de la lancha en la que nos desplazamos- integran Pacifico Adventures, organización ecoturística de reciente creación, dedicada a promover la visita a zonas naturales en esta parte del norte peruano, con la finalidad de transmitir su pasión por el entorno y la necesidad de conservarlo.

Repuestos de la sorpresa inicial, fuimos tras la manada gris. Adultos y crías se deslizaban muy próximos a la orilla. Luego de rebasar el cerro El Encanto*, y a medida que iban quedando en claro sus reglas, la distancia se acortaba. Un primer intento de detenernos no tuvo el efecto esperado, así que “Veloz” entendió que había que avanzar con cautela, para no espantarlos.

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Poco a poco pude contemplar con mayor nitidez esa expresión amigable con la que los ha dotado la naturaleza. Habíamos logrado ganarnos su confianza, porque estaban ahora allí, deslizándose a los lados del bote, veloces y escurridizos. Pude observar también su piel gris, tersa e impermeable, las muescas en sus aletas, sus ojos redondos y brillantes; escucharlos “hablar” entre ellos y también dirigiéndose a nosotros con chasquidos indescifrables.
Era difícil centrar el objetivo de la cámara en un punto específico, porque el grupo entero parecía disfrutar la sesión fotográfica que protagonizaba: uno aparecía y desaparecía al lado mío, otro desplegaba su talento de acróbata con piruetas impresionantes, mientras sus compañeros saltaban en forma sincronizada unos tras otros.

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No hay mejor manera de aprender a amar algo que conociéndolo. Ver a los delfines tan cerca, en su hábitat, realizando acrobacias por instinto y sin la intermediación de entrenamiento humano, es una experiencia que difícilmente puede explicarse con palabras.

Y es entonces que despierta el interés por ir más allá de la vista momentánea. En el tiempo que Sebastián lleva estudiando la zona, ha podido identificar dos tipos: grupos visitantes de Delphinus delphis o delfín común, que pasan en gran número en su tránsito por el océano; el otro tipo es el grupo que esa mañana nos acompañaba, delfines mulares, que se desplazan y se desenvuelven en un área de hogar posiblemente situada entre El Bravo (Punta Sal) y Cabo Blanquillo, explica.

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“La gente no es muy conciente de la necesidad de conservación” comentan los guías. Sebastián hace hincapié en que el exceso de redes, los desperdicios arrojados al mar, y la pesca incidental, entre otras actividades humanas realizadas sin consideración de los impactos en el ambiente, merman las poblaciones de delfines y otras especies. Y mientras sigan siendo vistos como estorbo, o alimento ocasional, y no como parte de un atractivo turístico que debe ser aprovechado y protegido, la situación no cambiará.

Cansada de disparar de un punto a otro, dejo la cámara a un lado y me dedico a disfrutar el espectáculo sin filtros ni atenuantes. Hoy, al cerrar los ojos y verlos brincar alborotados, estoy convencida de que –no obstante ser irreproducibles- no hay mejores imágenes que las almacenadas en la propia memoria.
La amistosa carrera entre el grupo de cetáceos y humanos se prolongó hasta El Ñuro*, punto en que se decidió variar el rumbo de la lancha para no agotarlos, y dejarlos seguir su camino sin distracciones.

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La percepción –hasta ahora imborrable- de su disposición a comunicarse con nosotros no radica sólo en la visión de su sonrisa. Lo expresaron sus ojos grandes, curiosos, intentando ver de cerca a quienes ocupábamos la lancha. Lo dijeron también, en ese idioma que, lamentablemente, todavía es para los humanos una suerte de lengua indescifrable.


*REFERENCIAS
-Los Órganos: Panamericana Norte Km. 1150
-El Encanto: Cerro cuya forma, semejante a un órgano de tubos (visto del lado del mar) le da nombre al distrito.
-El Ñuro: caleta ubicada a aproximadamente seis kilómetros del muelle de Los Órganos, hacia el sur.
-Lobitos: Panamericana Norte Km.1104
-Piscina: Playa adyacente a la playa principal de Lobitos, recibe ese nombre porque las formaciones rocosas semejan una piscina.
-El acceso a algunos sectores de Lobitos como Piscina, es restringido, por tratarse de una zona militar.
-Vichayito, balneario contiguo a Las Pocitas de Máncora.


Ecoturismo de observación: potencial no explorado

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El avistamiento de delfines no es raro a lo largo de la costa peruana, así como tampoco lo es el de las ballenas jorobadas, que ya pueden verse, en esta época del año, con un poco de suerte o de paciencia, desde los muelles de Talara y Paita. El Perú tiene más de treinta especies de cetáceos, entre delfines y ballenas.

La observación de especies marino costeras es una importante fuente de ingresos en otras zonas del planeta; paquetes turísticos completos, dirigidos a personas de todas las edades, para disfrutar del placer de apreciarlas en su entorno natural.

Sin embargo, en el Perú, pese a ser una país privilegiado por su diversidad biológica, son contadas e incipientes las iniciativas destinadas a explotar, en forma responsable y con espíritu conservacionista, esta rama del turismo denominada ecoturismo de observación.

Talara no escapa a esta situación. En dos horas, durante el recorrido realizado por la franja marina situada frente a Los Órganos, pudimos entrever una muestra de esa fuente de recursos, dormida en nuestra costa.
Luego de dejar a los delfines continuar su ruta, enrumbamos hacia la plataforma plataforma petrolera cercana. Al llegar hasta ese punto, desde el bote pudimos observar el sueño despreocupado de un lobo marino (Arctocephalus australis anota el biólogo).

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En el mismo lugar, en la punta de la estructura, entre decenas de aves, Belén dirige la atención hacia el brillante color de las extremidades inferiores del piquero patiazul (Sula Neuboxi) una de las aves más populares de las Islas Galápagos, y cuya zona de circulación se extiende también al extremo norte del Perú.

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Y mientras nos concentrábamos en el azul del piquero, fugaces sombras sobre nosotros, nos alertaron del paso de una bandada de las estilizadas tijeretas, aves que responden al nombre científico de Fregata magnificens.

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Ya casi al final del paseo, frente a Vichayito, la lancha se detuvo. Nos sumergimos por un rato, para seguir observando. Ante nuestros ojos se desplegó un abanico de diminutos y coloridos peces que envidiaría cualquier acuario; muy cerca, entre las rocas, un pulpo no logra escapar de la mirada de los intrusos; una vez satisfecha nuestra curiosidad, el pequeño molusco es devuelto a su hábitat. La ballena jorobada, avistada unos días antes desde el muelle, esta vez se dejó extrañar. Motivo más que suficiente para emprender la siguiente excursión.

3 comentarios:

Diana Zorrilla dijo...

Hola Claudia...estuve leyendo tu blog que lo encontre de casualidad mientras buscaba un poco sobre delfines..y me pareció tan tierno y bastante descriptivo cada linea que leí...bueno te comento que soy biologa....aunque me fascinan los cetaceos desde niña, no me dedico a eso...espero que en algun momento de mi vida pueda cumplir ese sueño para sentirme completamente realizada....Te felicito por apreciar de esa manera la naturaleza...que Dios te bendiga..suerte en todo!
Diana - diana.zorrilla@upch.pe

willyanaya dijo...

Excelente Claudia. Ahora si no estaré tranquilo hasta verlo. De casualidad encontré tu blog. Carlos Bruce escribió un artículo en el diario La Republica sobre lo mismo. Por eso busque mas información.

Unknown dijo...

Diana y Willy, me alegra que compartamos el interés por estos maravillosos seres, y también que les haya gustado el post. Es una experiencia inolvidable poder verlos en su ambiente, libres y felices. Les recuerdo que ya empieza la temporada de avistamiento de ballenas en la costa norte de nuestro bello Perú.