El cinco de octubre del 2006, Roman Champenois, de nacionalidad francesa, inició en Las Lajas, Colombia, la aventura de su vida: conocer y comprender la cultura andina, caminando por el Cápac Ñan, el gran camino trazado por los Incas para integrar el Tahuantinsuyo. Lo encontramos en Cajamarca, y recorrimos junto a él y a un grupo de guías de turismo un pequeño fragmento de la ruta, que refleja el abandono de esta monumental obra, y la urgencia de que las comunidades tomen las riendas del rescate y conservación de este invaluable legado de nuestros antepasados.
¿Un chasqui francés llegó a Cajamarca a pie desde Colombia? ¿Y acompañado de una llama ecuatoriana? No te lo puedo creer. Esa fue la primera reacción al comentario que hizo Joaquín Mestanza, guía de turismo, y excelente compañero de caminos. Y que se va hasta Chile, caminando por el Cápac Ñan, insistió. Nada me autorizaba a dudar de la palabra de un amigo, pero de que algo de locura había en el asunto, la había.
Un par de semanas después estábamos todos en Cajamarca, metidos en una pequeña locura. Sobre la plataforma de un camión en marcha, en medio de cientos de botellas vacías de yogurt, Joaquín, Romain, Lucho, Guido (también guías cajamarquinos) y yo, rodeábamos a Kirikú, un camélido oriundo del vecino país, que además vivía los nervios de su primer viaje motorizado.
Un arco iris doble (¿o dos arco iris perfectamente delineados?) y el contraste entre el viento frío y el calor solar, le dieron un agradable marco a nuestra salida, una tarde de mayo. Nos dirigíamos a la Granja Porcón. Desde allí iniciaríamos el retorno hacia Cajamarca, a pie, por un tramo del Camino Inca, de aproximadamente 24 kilómetros de extensión.
Hay quienes pueden objetar los viajes en camión, por la incomodidad o el peligro. Pero para contemplar a tus anchas la belleza del paisaje serrano, probablemente sea el transporte ideal. El interminable verde nada tiene de monótono. Al contrario, sembríos y pastos naturales intercalan todas las tonalidades imaginables del color que simboliza la naturaleza (y también la esperanza).
Animales y hombres hacen de notas de contraste. Vacas blanquinegras o marrones; la negrura de los toros; caballos blancos, alazanes, bayos y retintos; el rosado de los cerditos tiernos. Los rojos tejados, el ocre de las paredes, los ponchos multicolores, el liso gris de la carretera, destacan entre montañas y mantos silvestres, como las bolas de brillantes colores en una mesa de billar.
Casi al atardecer, por entre los pinos, un grupo de vicuñas detuvieron su trote para observarnos, con sus caras de niñas curiosas. Un poco más adelante, un rebaño de vacas coloradas interrumpió brevemente nuestro tránsito. Habíamos ingresado en el territorio de más de diez mil hectáreas de extensión, perteneciente a la Cooperativa Atahualpa Jerusalén, más conocida como Granja Porcón.
Ya en el seno de la granja, el gerente general, Alejandro Quispe Chilón, y el responsable de turismo, Pedro Chilón Quispe, nos dieron la bienvenida. El abrigo de las habitaciones de la Casa Histórica, y una reparadora cena en el restaurante “Jesús, pan de vida”, le pusieron un buen punto final a la jornada.
El día siguiente comenzó con una vista impresionante, nada más al salir del alojamiento: las montañas rebosantes de pinos resaltaban en el azul inmaculado. Cielo despejados, sol refulgente, día perfecto para iniciar la caminata.
Partida: La granja
La granja Porcón, ubicada a 30 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, a 3,500 metros sobre el nivel del mar, y dirigida por una comunidad evangélica, es el ejemplo vivo de un triunfo ecológico del hombre. Hoy, al contemplar esa explosión de verde, o adentrarse en los senderos sombreados por miles de pinos, no podríamos creer que hace 25 años todo era una uniforme extensión cubierta por el ichu.
Allí se encuentra de todo para la práctica del turismo vivencial. Establos, aserraderos, talleres de carpintería, artesanía, confección de telares, criaderos de truchas, plantas de producción de lácteos: una apetitosa variedad de quesos y yogurt. En todas estas actividades, el turista puede participar como un miembro más de la comunidad.
Tienen también un área de zoológico, en la que se encuentran especies propias de los ecosistemas del norte peruano. Al dejar la granja, al inicio de la excursión, pudimos, por ejemplo, divisar a familias de osos de anteojos, retozando, jugando o dormitando.
Román, el Chasqui
Romain ha variado la pronunciación original de su nombre, al sonoro y familiar “Román”. Y ahora, su nombre va invariablemente acompañado con el apelativo de “chasqui”, porque fue esa la misión que le encargó el cantón Cotacachi, en Ecuador.
En este poblado existe el proyecto de construcción del “Templo del Sol” que, de concretarse, sería la primera edificación destinada a resaltar el culto a este rastro, desde la llegada de los españoles. Precisamente la intención de sus habitantes es esa: rescatar la concepción religiosa de sus ancestros, y Romain fue designado como “Chasqui” o mensajero de esta nueva obra de los pueblos andinos.
Estamos ya en medio del bosque. Hemos dejado atrás las instalaciones de la granja y, entre claro y claro, avistamos retazos del río Rejo, y también intercambiamos miradas con las vicuñas, que dejan de lado el pasto o las correrías para sopesarnos, siempre de lejos.
A tres kilómetros del centro de la comunidad, un hito indica el tramo de Cápac Ñan que atraviesa el bosque de Porcón. Hacia la izquierda, el camino conduce hacia Ingatambo, o Tambo Inca, por un tramo del Cápac Ñan de aproximadamente 16 kilómetros. Hacia la derecha, la ruta nos conducirá hacia Cajamarca. Esa será la única señal que encontraremos en toda la ruta.
La falta de señalización se repite en el sentido contrario: de Ingatambo a Porcón sólo hay indicaciones tatuadas en piedra en ambos extremos, pero no a lo largo del camino. Es por ello que Romain, poco antes de su arribo a la ciudad de Cajamarca, equivocó la vía, y tras partir de Ingatambo, no llegó a Porcón, sino al campamento minero de Yanacocha.
A pocos minutos del hito mencionado esta el Rumichaca, o “Puente de Piedra”. Es un buen lugar para acampar, señala Pedro Chilón, quien junto a Alejandro Chilón, encargado del hotel, nos acompañará hasta los linderos de la cooperativa. Con ellos descendemos hasta el río, para tener otra perspectiva del Rumichaca. Los guías no dejan de señalar el extraño color turbio de las aguas.
Casi dos horas después de la partida, salimos de la zona boscosa para ingresar a una vasta extensión de ichu. En medio de la maleza podemos observar bases de estructuras, algunas ya dispersas, otras, bien definidas. Son restos de construcciones incas, que pese a estar marcadas por hitos del Instituto Nacional de Cultura, se encuentran tan abandonadas como el camino.
La misma situación de dejadez ha encontrado Romain a lo largo de su caminata. El Cápac Ñan recibe diversas denominaciones: Camino Inca, Camino Real, camino de arrieros. Son incontables las zonas recorridas en que la ruta se ha perdido. En varios trechos, ha sido aprovechado para el trazo de vías modernas, como es el caso de la Panamericana. En otras zonas, el uso como paso rural de peatones y bestias, lo ha reducido a estrecho sendero, borrando el ancho original.
Ha encontrado excepciones, como la de Achupallas, en Ecuador. Cerca de tres días de caminata le tomó llegar desde allí, hasta el templo de Ingapirca, ubicado a una altura de 4420 metros sobre el nivel del mar. Ese es uno de los tramos mejor conservados que ha visto hasta el momento.
Romain camina sin prisa, y sin la ansiedad de cumplir metas específicas de tiempo. Prevé que el recorrido total, con una extensión de más de 7 mil kilómetros, iniciado en Colombia, y que culminará en Chile, le lleve dos años. Pero no parece preocuparle si su estancia en las diversas localidades que visita se extiende más de lo esperado. Para él, la caminata por el Cápac Ñan no es el fin, sino el medio para conocer las diversas manifestaciones y costumbres de las comunidades andinas, varias de las cuales subsisten desde la época del Tahuantinsuyo.
“No hay mejor forma de conocer las culturas, que caminando”. Su interés por el mundo andino comenzó hace cinco años, en un viaje por Latinoamérica, que incluyó Argentina y el Perú. Ni el robo que sufrió en Chiclayo lo desanimó. Regresó a Francia, terminó la carrera de Negocios, y empezó a indagar sobre esa cultura que lo había impactado tanto.
Fue así que descubrió la existencia del Càpac Ñan, y el proyecto de la UNESCO para revaluarlo en su totalidad.Acudió a la UNESCO, pero no consiguió más que palmadas en la espalda. Algunas empresas y amigos de su país lo auspiciaron con los equipos de montaña, y así, con pocos recursos económicos y una inabarcable carga de entusiasmo, regresó a Latinoamérica, dispuesto a caminar todo el tiempo que hiciera falta.
El chasqui francés reconoce que no es arqueólogo, ni arquitecto. Su interés es eminentemente humano. Al finalizar su caminata, condensará todo lo conocido, observado y aprendido en el camino en un libro. Espera que su testimonio contribuya a la puesta en marcha de proyectos culturales, educativos, de desarrollo, que a la vez tomen en cuenta las propuestas de las mismas comunidades, como es el caso del proyectado Templo del Sol de Cotacachi.
De lo observado en la ruta, destaca la necesidad imperiosa de darles a las comunidades el poder para responsabilizarse del legado de sus antepasados. Nadie mejor que ellas, con sus conocimientos ancestrales y por su cercanía al camino, para conservarlo y aprovecharlo. Para el joven investigador, el Cápac Ñan y la cultura andina son tesoros fabulosos, que nada tienen que envidiarle a otras culturas del mundo.
Kirikù, el caminante
Kirikù fue un obsequio de la comunidad de Zumbahua, localidad ecuatoriana. El nombre corresponde al del protagonista de un cuento africano. “Un niño que era el más pequeño de su tribu, pero también el más valiente”, cuenta Romain. Y la comparación le cae a pelo a la llama. No ha cumplido aún los tres años, pero afronta sin chistar, y diríase que con entusiasmo, las dificultades de la ruta.
Ambos caminantes han desarrollado una especial afinidad. Kirikú no se separa de Romain, y Romain ha llegado a pensar que no se separará ya de su compañero de aventuras. Llegará con él hasta Chile, y se quede en Latinoamérica o se regrese a Francia, lo llevará consigo.
Compromiso con el Cápac Ñan
Antes de partir, el grupo sostuvo una reunión con representantes de la comunidad. Luego de escuchar a Romain y a los guías de turismo, los directivos de la Cooperativa Atahualpa Jerusalén manifestaron su disposición de limpiar el tramo del Cápac Ñan que atraviesa sus tierras, y hacerse cargo de su mantenimiento y conservación.
El gerente, Alejandro Quispe, expuso que su comunidad es conciente de la importancia del Camino Inca, por ser un símbolo de la ancestral cultura andina. Sabe que asumir el compromiso de la conservación de la ruta demandará tiempo y esfuerzo. Pero también puntualiza que la voluntad de trabajo es lo que caracteriza a los habitantes de Porcón.
Las labores podrían iniciarse de inmediato, pero para ello necesitan contar con la autorización del Instituto Nacional de Cultura. Quispe recordó que hace un tiempo envió una carta haciendo hincapié en la necesidad de que se efectúen estudios y trabajos de conservación de los restos arqueológicos ubicados dentro del territorio de la cooperativa, porque la maleza, sumada a la acción del viento y las lluvias, los deterioran sin remedio. Hasta ahora no ha recibido respuesta. Espera que esta vez, su solicitud de permiso para iniciar por ellos mismos los trabajos de limpieza del camino original no encuentre obstáculos o silencio.
Una vez que el camino haya recuperado su delineado original, podrá colocarse la señalización que hoy no tiene. Sin la ayuda de los guías de Porcón, hubiera sido fácil confundir el Cápac Ñan con los diversos caminos de herradura abiertas a lo largo del bosque, para el traslado de la leña, o abiertos en forma natural con el discurrir del agua de las lluvias y granizadas.
De Porcón a Cajamarca, por el Camino Inca
Además, nos permite un energizante contacto con la naturaleza circundante. Caminar por mágicos senderos sombreados de pinos y cipreses; recoger “piñas” para los adornos de las próximas fiestas navideñas; avistar una variedad de aves, apreciar a abejas y mariposas tomando el néctar de flores de vivos colores; saborear el “mote mote”, diminuto fruto silvestre, de color verde agua; ver hongos de todos los tamaños, que la cooperativa utiliza para preparar cerca de 18 platillos.
A la altura del kilómetro 24, el restaurante de la zona ofrece sabrosos platos, en base a carne de res, o el tradicional cuy. Suficiente para reponer energías y retomar camino. A partir de allí podemos avistar el cerro Quilish, un “apu” de las comunidades campesinas. En él nacen los ríos Porcón y Grande, y es por eso que fue defendido de la explotación de la minera Yanacocha.
Cerca ya a la ciudad de Cajamarca, podremos visitar a los artesanos de Porcón Alto. En el kilómetro 16, están los tejedores de La Colpa-Porcón Alto, quienes exportan a Estados Unidos cojines, tapices, alfombras, carteras, gorros y cinturones elaborados con telar. Cerca están también los talladores de piedra. Una muestra de su trabajo se concentra en el tradicional cementerio de Porcón. Ambos grupos humanos continúan utilizando técnicas milenarias, que reflejan también la riqueza cultural del ande peruano.
Finalmente, cinco u ocho horas después de haber partido de la Granja Porcón -dependiendo del físico- se llegará a la Pampa de la Shicuana. Por este punto ingresó Francisco Pizarro por primera vez a la ciudad de Cajamarca, tras haber caminado más de 50 días desde la ciudad de San Miguel de Piura.
1 comentario:
Me parece intersante todo el recorrido y las vivencias de Romain en el Capac Ñan, no lo sabía, pero ahora me he interesado mas. Gracias por el blog.
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