jueves, 23 de agosto de 2007

Chulucanas: Miel, barro y algarrobos

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Al contemplarlo durante nuestro fugaz paso por la carretera, alguna vez habremos experimentado una sensación de aridez y desolación. Inclusive su denominación puede transmitir la idea de esterilidad. Pero el bosque seco de Chulucanas hace que quien se adentra en él, descubra un mundo sensorialmente estimulante. Encierra una vitalidad sorprendente, canora, dulce, zumbante, a la que podremos acercarnos siguiendo la ruta del algarrobo y del barro.

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Lucio Espinoza, dirigente de la Comunidad Campesina José Ignacio Távara Pasapera (conocida familiarmente como la "Nacho" Távara) nos recibe con un apretón de manos, casi al borde de la carretera, en el kilómetro 41 de la Carretera Interoceánica. Él nos conduce hasta su hogar, desde donde empezará a mostrarnos in situ la propuesta que está gestándose en el seno de su pueblo y que podría constituirse en la abanderada en el departamento, dentro del ámbito del Turismo Rural.

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La Ruta del Algarrobo y del Barro ofrecerá dos días de vivencias dentro del bosque seco, observando y participando de cerca en las actividades más cotidianas y características de las comunidades de Nacho Távara y La Encantada, cuya existencia está ligada indiscutiblemente al peculiar ecosistema del bosque seco. Como éste, sus habitantes han sabido adaptarse a la difícil condición de subsistir en el desierto.

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Esta iniciativa está siendo impulsada por el Cite Cerámica de Chulucanas, la Municipalidad Provincial de Chulucanas, la Dirección Regional de Comercio Exterior y Turismo, y apoyada por las organizaciones no gubernamentales que trabajan con ambas comunidades, y también por los voluntarios del Cuerpo de Paz.


Miel y Algarrobos

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El primer día, tras la instalación del campamento en un claro del bosque, los visitantes recibirán un desayuno preparado al calor de la leña. En la primera comida de la jornada no faltará la dulzura de la miel y la algarrobina, que además de lo grato de su sabor, proporcionarán la energía necesaria para sacudir cualquier rezago de sueño inoportuno. La fabricación de estos dos productos se ha posicionado como una actividad complementaria a la ganadería, principal fuente de ingresos de la zona.

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Terminado el desayuno, se emprenderá camino hacia las colmenas. Antes de acercarse a las "viviendas" de miles de abejas, cada turista será equipado con el traje protector, como precaución ante cualquier imprevisto. Sin embargo, cabe destacar que durante nuestra visita a la zona, no ocurrió ningún incidente. Pudimos comprobar que las abejas no gastan aguijón a menos que se las provoque.

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Los panales, las cámaras de producción de miel y de crías; el reconocimiento de reinas, zánganos y obreras; el posterior proceso de separación de miel, cera y propolio; esos son algunos de los pasos que se vivirán para conocer la forma como llega la miel de abeja a nuestros labios.


Birdwatching

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Mientras avanzamos y escuchamos las primeras explicaciones del proyecto de ruta, una inquieta "putilla" distrae nuestra atención. Su vivo color rojo, saltando de rama en rama contrasta con el casi monocromo panorama que ofrecen los algarrobos circundantes. Al poco rato, distinguimos un colibrí entre flores amarillas; sobre los troncos de la cerca más próxima, dos carpinteros picotean; en la copa del árbol contiguo, revolotean un par de aves que ya escapan a nuestros escasos conocimientos de ornitología.

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La representante de la Direccion Regional de Comercio Exterior y Turismo en Piura, Consuelo Ugarte, explica que otro de los atractivos principales de la ruta será precisamente las magníficas condiciones que encierra para el "Birdwatching" u observación de aves, por la diversidad de aves que forman parte de estos ecosistemas.


Dejame que te cuente


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La jornada en las tierras de Nacho Távara se cierra con el "atardecer en el bosque seco", para apreciar el ocaso a través de los algarrobos y a lomo de mula. Al caer el sol, una fogata mantendrá la calidez que nos ha acompañado durante todo el día, y narradores de cuentos locales nos deleitarán con fragmentos de la rica tradición oral chulucanense.


La Encantada: Barro y Sabor

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El segundo día le pertenece a La Encantada, pueblo de ceramistas. Temprano por la mañana enrumbaremos hacia las canteras, de donde se extrae la arcilla que luego al calor de las manos irá transformándose en objetos de fina manufactura, cuya belleza y particularidades los ha llevado a convertirse en producto bandera del Perú: seremos testigos de cada una de las etapas de la elaboración de la Cerámica de Chulucanas.

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Durante nuestra estancia en La Encantada, será insoslayable el encuentro con el copús, la pachamanca norteña. Adriana Inga Valladolid, es una de las especialistas en la preparación de este plato hecho en base a diversas carnes: cabrito, chancho, res, pavo, gallina, son acompañadas por camotes, plátanos amarillos y choclos tiernos. Todo esto cocido bajo la tierra y sobre leños ardientes. Sabrosa despedida para dejar en el visitante el deseo de un pronto retorno.

domingo, 19 de agosto de 2007

Talara: Al encuentro de los cuatro elementos

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En pocos espacios se conjugan mejor los cuatro elementos que en la playa. Y si se trata del litoral piurano, mejor aún. Talara es una muestra de cómo agua, tierra, aire y fuego, bajo las formas simples de mar, arena, brisa y rayos solares, se equilibran y complementan para hacernos sentir, a nosotros, simples mortales, toda la energía que la naturaleza está dispuesta a compartir, si sabemos cuidarla. Y es la temporada de verano la que nos da un excelente pretexto para disfrutar plenamente de esa experiencia.

Máncora es el nombre que emerge raudo en nuestra mente cuando hablamos de Talara. Pero la provincia petrolera es mucho más que la jurisdicción donde se ubica el balneario de moda en el Perú. Para entenderlo hay que conocerla con calma, liberarnos de tentaciones de juerga inmediata y empezar a caminar sin prisa y con los sentidos abiertos.

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Giremos la rueda y veamos hacia donde apunta la flecha. Dirección Sur. Se nos ocurre Las Capullanas, a quince minutos de la ciudad. Hay que solicitar bien las indicaciones antes de partir, porque podemos confundirnos entre los mil y un vericuetos trazados en medio del desértico paisaje por las empresas petroleras, no aptos para distraídos.

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Mientras avanzamos, agucemos el oído. Un sonido monótono se ha posicionado ya en nuestra memoria antes de que nos percatemos concientemente de él. Un golpe repetitivo, suave, siseante, corta el aire, va y viene, una y otra vez, cronométricamente. Pronto asumiremos la materialización de ese sonido como parte del panorama. Son los “lukis”, llamados así por la marca “Lufkin” tatuada en los brazos de esas estructuras metálicas que sube y bajan marcando el ritmo de la rutina de extraer el petróleo del subsuelo.

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Tanto pensar en los balancines nos distrajo del camino formal para llegar a Las Capullanas, del lado de las cuevas de formas mitológicas o eróticas, según quiera verse. Hemos aterrizado por la parte alta, y al ver la media luna y el brazo extendido hacia el mar formado por los cerros truncos, no podemos evitar la evocación de Paracas.

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Avanzamos un poco y nos sentimos un poco como pisando un escenario lunar. El viento y el mar han ido cincelando formas redondeadas de bordes suaves en la roca. A contraluz, una iguana gigante permanece impávida (como toda iguana) sobre nosotros, cubriéndonos con su sombra. Frente a nuestros ojos, una manta raya de proporciones considerables atisba al mar, aún indecisa de regresar a él. El aire, camuflado de brisa, nos sacude de esas visiones y al echar un nuevo vistazo a la zona del ingreso a las cuevas, verificamos que la marea creciente nos dejará atrapados en ellas. Será para la próxima.

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Cambio de rumbo. Esta vez con dirección norte. A estas horas el fuego ya habrá impuesto su huella: suponiendo que se ha partido temprano por la mañana, la piel debe presentar los primeros indicios de lo que será un estupendo bronceado o una lastimosa insolación (dependiendo del uso de protectores solares, aceites bronceadores, pigmentación natural, entre otros factores). No habría sido mala idea si hubiéramos llevado entre nuestros accesorios uno de esos preciosos sombreros de ala ancha, tejidos con paja toquilla, por las hábiles artesanas de Pedregal o Narihualá.


En Lobitos

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Nueva parada. Estamos a la altura del kilómetro 1147 de la Panamericana Norte, en zona militar. Pero también en un paraje estupendo, tranquilo, y cuyo poblado tiene un aire casi fantasmal. Atisbar por las casitas de madera construidas sobre altos pilares, observar el sol colarse por los retazos de vitrales existentes en la abandonada iglesia, es sumergirse por un rato en las épocas de esplendor de Lobitos, impregnadas del olor del petróleo.

Tenemos un gran trecho para recorrer en el litoral lobiteño, siempre y cuando no haya “altos mandos” presentes en la base, que cortan alas a cualquier intento de exploración en áreas restringidas como el de “Piscina”. Aquel día fue uno de esos: hubo que resignarse a contemplar de lejos esa zona de la playa, con sus formaciones rocosas curiosas y que se adivinaban como el punto más atractivo de Lobitos, tal vez por la barrera de lo prohibido.

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Pero basta de quejas. La parte restante, bastante amplia, nada tiene de despreciable. Al contrario. Amplias orillas para caminar, respirar, reflexionar, deshojar margaritas, hacer balance de los “primeros cien días” del 2007, o simplemente andar, con la mente en blanco, sintiendo la fuerza de la tierra.

Al otro extremo de las instalaciones militares, las rocosidades también suaves, forman cómodos tableros para sentarse a contemplar las transparencias del mar. Un poco más adentro si se tornan erizadas, como lanzas siempre dispuestas a marcarles en la piel cada maniobra errada a los tablistas que pululan en el lugar. Lobitos es un buen “point” según los expertos, con una calidad comparable a la de Cabo Blanco, aunque con diferentes características.

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Cercanas a Lobitos encontraremos también Las Tres Cruces, Malacas, Amarillos. Un sin fin de playas que componen juntas una porción de costa talareña. Todas uniformizadas por aguas y arenas limpias, apenas separadas por paredes de piedra o salientes de la tierra.
Desde casi cualquiera de ellas podemos avizorar otro de los emblemas de la provincia. Si en el suelo son los “lukis” en el océano son las plataformas petroleras. Grandes moles de hierros enclavadas en el mar, silenciosas, invadidas por incontables aves y ociosos lobos de mar.


La Ruta Hemingway

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Otro de los memorables circuitos de las playas talareñas es el que nos conduce, siempre de cara al mar, desde Los Órganos, por El Ñuro, Quebrada Verde, hasta Cabo Blanco. La joven pareja que promociona esta ruta y que integra el equipo de ecoturismo Pacífico Adventures ha bautizado la ha bautizado como la Ruta Hemingway. La razón es que el punto culminante del recorrido es Cabo Blanco, y hasta este pequeño pueblo del norte peruano llegaba el recio escritor, junto a artistas, directores de cine y millonarios de todo el mundo, para ejercer una de sus grandes pasiones: la pesca de altura.

Se han propagado diversas versiones que afirman que en Cabo Blanco Hemingway se inspiró para su novela El Viejo y el Mar. Pero lo cierto es que el norteamericano llegó hasta allí algunos años después de haber concluido su novela. Podríamos sí, aventurar la idea de que en las aguas de Cabo Blanco tal vez Hemingway halló la cristalización de una de sus elucubraciones literarias: un merlín de fabulosas proporciones.

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Y finalmente, no importa hacia donde apunte la brújula, o la playa en la que recalemos. En todas ellas, ese poderoso elemento en permanente movimiento, de murmullos constantes, de rugidos sordos, nos seduce sin remedio. Nos atrae, sea para envolvernos suavemente entre sus ondas, sea para sacudirnos con fiereza hasta hacernos perder el equilibrio. Y al final de la batalla, nos retiraremos exhaustos, no sin antes lanzarle una mezcla de imprecación y reverencia: ahhhhh mar!!!!!!!! Y triunfante, bañará nuestros pies aunque le demos la espalda, sabiendo que siempre habrá un regreso.


sábado, 18 de agosto de 2007

En busca de la sonrisa del delfín

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Lindas playas, sol –casi- eterno, buenas olas, excelente comida. Cualidades nada desdeñables y famosas de la provincia de Talara. Sin embargo, al adentrarnos más allá de lo evidente, comprobamos que el encanto no acaba en la cresta de la ola. Un paseo en bote por el mar de Los Órganos nos aproximó a una rama del turismo poco conocida en nuestro medio, pero no exenta de aventura: el ecoturismo de observación.

Nos cogieron desprevenidos. Acabábamos de dejar el muelle del distrito Los Órganos* a bordo de un pequeño bote, y todavía estábamos acomodándonos en la lancha que nos llevaría en su búsqueda, cuando ellos nos salieron al paso. Aparecieron como una alucinación, escurriéndose entre las embarcaciones, en una mezcla de loca carrera y armoniosa coreografía. Fue así como decenas de delfines locales nos dieron la bienvenida a sus aguas.

El día anterior, en Lobitos*, un tablista nos había dado buenos indicios. Había tenido un encuentro cercano, durante su incursión en Piscina*. Al escucharlo, mentalmente deseé tener la misma suerte, en mi primer intento por encontrarme cara a cara con uno de esos animalitos de perenne sonrisa, casi tan enigmática como la de la Mona Lisa.

Golpe de suerte, buena estrella, telepatía. La explicación poco importa. El asunto es que, esa mañana, salí en su búsqueda cámara al hombro. Y pese a la imposibilidad de anunciarles mi visita, estuvieron puntuales en la cita. Cerca de treinta delfines mulares o “nariz de botella” estaban allí, libres, frente a mis ojos, sin pantalla de por medio, escapados de mis sueños, casi al alcance de la mano, y dispuestos a dar un espectáculo inolvidable.

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Su nombre científico es Tursiops truncatus, explica Sebastián Silva, biólogo marino y guía de la excursión. Él y Belén Alcorta, especialista en ecoturismo, apoyados por “Veloz” -el conductor de la lancha en la que nos desplazamos- integran Pacifico Adventures, organización ecoturística de reciente creación, dedicada a promover la visita a zonas naturales en esta parte del norte peruano, con la finalidad de transmitir su pasión por el entorno y la necesidad de conservarlo.

Repuestos de la sorpresa inicial, fuimos tras la manada gris. Adultos y crías se deslizaban muy próximos a la orilla. Luego de rebasar el cerro El Encanto*, y a medida que iban quedando en claro sus reglas, la distancia se acortaba. Un primer intento de detenernos no tuvo el efecto esperado, así que “Veloz” entendió que había que avanzar con cautela, para no espantarlos.

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Poco a poco pude contemplar con mayor nitidez esa expresión amigable con la que los ha dotado la naturaleza. Habíamos logrado ganarnos su confianza, porque estaban ahora allí, deslizándose a los lados del bote, veloces y escurridizos. Pude observar también su piel gris, tersa e impermeable, las muescas en sus aletas, sus ojos redondos y brillantes; escucharlos “hablar” entre ellos y también dirigiéndose a nosotros con chasquidos indescifrables.
Era difícil centrar el objetivo de la cámara en un punto específico, porque el grupo entero parecía disfrutar la sesión fotográfica que protagonizaba: uno aparecía y desaparecía al lado mío, otro desplegaba su talento de acróbata con piruetas impresionantes, mientras sus compañeros saltaban en forma sincronizada unos tras otros.

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No hay mejor manera de aprender a amar algo que conociéndolo. Ver a los delfines tan cerca, en su hábitat, realizando acrobacias por instinto y sin la intermediación de entrenamiento humano, es una experiencia que difícilmente puede explicarse con palabras.

Y es entonces que despierta el interés por ir más allá de la vista momentánea. En el tiempo que Sebastián lleva estudiando la zona, ha podido identificar dos tipos: grupos visitantes de Delphinus delphis o delfín común, que pasan en gran número en su tránsito por el océano; el otro tipo es el grupo que esa mañana nos acompañaba, delfines mulares, que se desplazan y se desenvuelven en un área de hogar posiblemente situada entre El Bravo (Punta Sal) y Cabo Blanquillo, explica.

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“La gente no es muy conciente de la necesidad de conservación” comentan los guías. Sebastián hace hincapié en que el exceso de redes, los desperdicios arrojados al mar, y la pesca incidental, entre otras actividades humanas realizadas sin consideración de los impactos en el ambiente, merman las poblaciones de delfines y otras especies. Y mientras sigan siendo vistos como estorbo, o alimento ocasional, y no como parte de un atractivo turístico que debe ser aprovechado y protegido, la situación no cambiará.

Cansada de disparar de un punto a otro, dejo la cámara a un lado y me dedico a disfrutar el espectáculo sin filtros ni atenuantes. Hoy, al cerrar los ojos y verlos brincar alborotados, estoy convencida de que –no obstante ser irreproducibles- no hay mejores imágenes que las almacenadas en la propia memoria.
La amistosa carrera entre el grupo de cetáceos y humanos se prolongó hasta El Ñuro*, punto en que se decidió variar el rumbo de la lancha para no agotarlos, y dejarlos seguir su camino sin distracciones.

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La percepción –hasta ahora imborrable- de su disposición a comunicarse con nosotros no radica sólo en la visión de su sonrisa. Lo expresaron sus ojos grandes, curiosos, intentando ver de cerca a quienes ocupábamos la lancha. Lo dijeron también, en ese idioma que, lamentablemente, todavía es para los humanos una suerte de lengua indescifrable.


*REFERENCIAS
-Los Órganos: Panamericana Norte Km. 1150
-El Encanto: Cerro cuya forma, semejante a un órgano de tubos (visto del lado del mar) le da nombre al distrito.
-El Ñuro: caleta ubicada a aproximadamente seis kilómetros del muelle de Los Órganos, hacia el sur.
-Lobitos: Panamericana Norte Km.1104
-Piscina: Playa adyacente a la playa principal de Lobitos, recibe ese nombre porque las formaciones rocosas semejan una piscina.
-El acceso a algunos sectores de Lobitos como Piscina, es restringido, por tratarse de una zona militar.
-Vichayito, balneario contiguo a Las Pocitas de Máncora.


Ecoturismo de observación: potencial no explorado

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El avistamiento de delfines no es raro a lo largo de la costa peruana, así como tampoco lo es el de las ballenas jorobadas, que ya pueden verse, en esta época del año, con un poco de suerte o de paciencia, desde los muelles de Talara y Paita. El Perú tiene más de treinta especies de cetáceos, entre delfines y ballenas.

La observación de especies marino costeras es una importante fuente de ingresos en otras zonas del planeta; paquetes turísticos completos, dirigidos a personas de todas las edades, para disfrutar del placer de apreciarlas en su entorno natural.

Sin embargo, en el Perú, pese a ser una país privilegiado por su diversidad biológica, son contadas e incipientes las iniciativas destinadas a explotar, en forma responsable y con espíritu conservacionista, esta rama del turismo denominada ecoturismo de observación.

Talara no escapa a esta situación. En dos horas, durante el recorrido realizado por la franja marina situada frente a Los Órganos, pudimos entrever una muestra de esa fuente de recursos, dormida en nuestra costa.
Luego de dejar a los delfines continuar su ruta, enrumbamos hacia la plataforma plataforma petrolera cercana. Al llegar hasta ese punto, desde el bote pudimos observar el sueño despreocupado de un lobo marino (Arctocephalus australis anota el biólogo).

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En el mismo lugar, en la punta de la estructura, entre decenas de aves, Belén dirige la atención hacia el brillante color de las extremidades inferiores del piquero patiazul (Sula Neuboxi) una de las aves más populares de las Islas Galápagos, y cuya zona de circulación se extiende también al extremo norte del Perú.

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Y mientras nos concentrábamos en el azul del piquero, fugaces sombras sobre nosotros, nos alertaron del paso de una bandada de las estilizadas tijeretas, aves que responden al nombre científico de Fregata magnificens.

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Ya casi al final del paseo, frente a Vichayito, la lancha se detuvo. Nos sumergimos por un rato, para seguir observando. Ante nuestros ojos se desplegó un abanico de diminutos y coloridos peces que envidiaría cualquier acuario; muy cerca, entre las rocas, un pulpo no logra escapar de la mirada de los intrusos; una vez satisfecha nuestra curiosidad, el pequeño molusco es devuelto a su hábitat. La ballena jorobada, avistada unos días antes desde el muelle, esta vez se dejó extrañar. Motivo más que suficiente para emprender la siguiente excursión.

Romain:un chasqui contemporáneo recorre el Capac Ñan

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El cinco de octubre del 2006, Roman Champenois, de nacionalidad francesa, inició en Las Lajas, Colombia, la aventura de su vida: conocer y comprender la cultura andina, caminando por el Cápac Ñan, el gran camino trazado por los Incas para integrar el Tahuantinsuyo. Lo encontramos en Cajamarca, y recorrimos junto a él y a un grupo de guías de turismo un pequeño fragmento de la ruta, que refleja el abandono de esta monumental obra, y la urgencia de que las comunidades tomen las riendas del rescate y conservación de este invaluable legado de nuestros antepasados.

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¿Un chasqui francés llegó a Cajamarca a pie desde Colombia? ¿Y acompañado de una llama ecuatoriana? No te lo puedo creer. Esa fue la primera reacción al comentario que hizo Joaquín Mestanza, guía de turismo, y excelente compañero de caminos. Y que se va hasta Chile, caminando por el Cápac Ñan, insistió. Nada me autorizaba a dudar de la palabra de un amigo, pero de que algo de locura había en el asunto, la había.

Un par de semanas después estábamos todos en Cajamarca, metidos en una pequeña locura. Sobre la plataforma de un camión en marcha, en medio de cientos de botellas vacías de yogurt, Joaquín, Romain, Lucho, Guido (también guías cajamarquinos) y yo, rodeábamos a Kirikú, un camélido oriundo del vecino país, que además vivía los nervios de su primer viaje motorizado.

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Un arco iris doble (¿o dos arco iris perfectamente delineados?) y el contraste entre el viento frío y el calor solar, le dieron un agradable marco a nuestra salida, una tarde de mayo. Nos dirigíamos a la Granja Porcón. Desde allí iniciaríamos el retorno hacia Cajamarca, a pie, por un tramo del Camino Inca, de aproximadamente 24 kilómetros de extensión.

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Hay quienes pueden objetar los viajes en camión, por la incomodidad o el peligro. Pero para contemplar a tus anchas la belleza del paisaje serrano, probablemente sea el transporte ideal. El interminable verde nada tiene de monótono. Al contrario, sembríos y pastos naturales intercalan todas las tonalidades imaginables del color que simboliza la naturaleza (y también la esperanza).

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Animales y hombres hacen de notas de contraste. Vacas blanquinegras o marrones; la negrura de los toros; caballos blancos, alazanes, bayos y retintos; el rosado de los cerditos tiernos. Los rojos tejados, el ocre de las paredes, los ponchos multicolores, el liso gris de la carretera, destacan entre montañas y mantos silvestres, como las bolas de brillantes colores en una mesa de billar.

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Casi al atardecer, por entre los pinos, un grupo de vicuñas detuvieron su trote para observarnos, con sus caras de niñas curiosas. Un poco más adelante, un rebaño de vacas coloradas interrumpió brevemente nuestro tránsito. Habíamos ingresado en el territorio de más de diez mil hectáreas de extensión, perteneciente a la Cooperativa Atahualpa Jerusalén, más conocida como Granja Porcón.

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Ya en el seno de la granja, el gerente general, Alejandro Quispe Chilón, y el responsable de turismo, Pedro Chilón Quispe, nos dieron la bienvenida. El abrigo de las habitaciones de la Casa Histórica, y una reparadora cena en el restaurante “Jesús, pan de vida”, le pusieron un buen punto final a la jornada.

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El día siguiente comenzó con una vista impresionante, nada más al salir del alojamiento: las montañas rebosantes de pinos resaltaban en el azul inmaculado. Cielo despejados, sol refulgente, día perfecto para iniciar la caminata.


Partida: La granja

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La granja Porcón, ubicada a 30 kilómetros de la ciudad de Cajamarca, a 3,500 metros sobre el nivel del mar, y dirigida por una comunidad evangélica, es el ejemplo vivo de un triunfo ecológico del hombre. Hoy, al contemplar esa explosión de verde, o adentrarse en los senderos sombreados por miles de pinos, no podríamos creer que hace 25 años todo era una uniforme extensión cubierta por el ichu.

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Allí se encuentra de todo para la práctica del turismo vivencial. Establos, aserraderos, talleres de carpintería, artesanía, confección de telares, criaderos de truchas, plantas de producción de lácteos: una apetitosa variedad de quesos y yogurt. En todas estas actividades, el turista puede participar como un miembro más de la comunidad.

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Tienen también un área de zoológico, en la que se encuentran especies propias de los ecosistemas del norte peruano. Al dejar la granja, al inicio de la excursión, pudimos, por ejemplo, divisar a familias de osos de anteojos, retozando, jugando o dormitando.


Román, el Chasqui

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Romain ha variado la pronunciación original de su nombre, al sonoro y familiar “Román”. Y ahora, su nombre va invariablemente acompañado con el apelativo de “chasqui”, porque fue esa la misión que le encargó el cantón Cotacachi, en Ecuador.

En este poblado existe el proyecto de construcción del “Templo del Sol” que, de concretarse, sería la primera edificación destinada a resaltar el culto a este rastro, desde la llegada de los españoles. Precisamente la intención de sus habitantes es esa: rescatar la concepción religiosa de sus ancestros, y Romain fue designado como “Chasqui” o mensajero de esta nueva obra de los pueblos andinos.

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Estamos ya en medio del bosque. Hemos dejado atrás las instalaciones de la granja y, entre claro y claro, avistamos retazos del río Rejo, y también intercambiamos miradas con las vicuñas, que dejan de lado el pasto o las correrías para sopesarnos, siempre de lejos.

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A tres kilómetros del centro de la comunidad, un hito indica el tramo de Cápac Ñan que atraviesa el bosque de Porcón. Hacia la izquierda, el camino conduce hacia Ingatambo, o Tambo Inca, por un tramo del Cápac Ñan de aproximadamente 16 kilómetros. Hacia la derecha, la ruta nos conducirá hacia Cajamarca. Esa será la única señal que encontraremos en toda la ruta.

La falta de señalización se repite en el sentido contrario: de Ingatambo a Porcón sólo hay indicaciones tatuadas en piedra en ambos extremos, pero no a lo largo del camino. Es por ello que Romain, poco antes de su arribo a la ciudad de Cajamarca, equivocó la vía, y tras partir de Ingatambo, no llegó a Porcón, sino al campamento minero de Yanacocha.

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A pocos minutos del hito mencionado esta el Rumichaca, o “Puente de Piedra”. Es un buen lugar para acampar, señala Pedro Chilón, quien junto a Alejandro Chilón, encargado del hotel, nos acompañará hasta los linderos de la cooperativa. Con ellos descendemos hasta el río, para tener otra perspectiva del Rumichaca. Los guías no dejan de señalar el extraño color turbio de las aguas.

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Casi dos horas después de la partida, salimos de la zona boscosa para ingresar a una vasta extensión de ichu. En medio de la maleza podemos observar bases de estructuras, algunas ya dispersas, otras, bien definidas. Son restos de construcciones incas, que pese a estar marcadas por hitos del Instituto Nacional de Cultura, se encuentran tan abandonadas como el camino.

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La misma situación de dejadez ha encontrado Romain a lo largo de su caminata. El Cápac Ñan recibe diversas denominaciones: Camino Inca, Camino Real, camino de arrieros. Son incontables las zonas recorridas en que la ruta se ha perdido. En varios trechos, ha sido aprovechado para el trazo de vías modernas, como es el caso de la Panamericana. En otras zonas, el uso como paso rural de peatones y bestias, lo ha reducido a estrecho sendero, borrando el ancho original.

Ha encontrado excepciones, como la de Achupallas, en Ecuador. Cerca de tres días de caminata le tomó llegar desde allí, hasta el templo de Ingapirca, ubicado a una altura de 4420 metros sobre el nivel del mar. Ese es uno de los tramos mejor conservados que ha visto hasta el momento.

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Romain camina sin prisa, y sin la ansiedad de cumplir metas específicas de tiempo. Prevé que el recorrido total, con una extensión de más de 7 mil kilómetros, iniciado en Colombia, y que culminará en Chile, le lleve dos años. Pero no parece preocuparle si su estancia en las diversas localidades que visita se extiende más de lo esperado. Para él, la caminata por el Cápac Ñan no es el fin, sino el medio para conocer las diversas manifestaciones y costumbres de las comunidades andinas, varias de las cuales subsisten desde la época del Tahuantinsuyo.

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“No hay mejor forma de conocer las culturas, que caminando”. Su interés por el mundo andino comenzó hace cinco años, en un viaje por Latinoamérica, que incluyó Argentina y el Perú. Ni el robo que sufrió en Chiclayo lo desanimó. Regresó a Francia, terminó la carrera de Negocios, y empezó a indagar sobre esa cultura que lo había impactado tanto.

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Fue así que descubrió la existencia del Càpac Ñan, y el proyecto de la UNESCO para revaluarlo en su totalidad.Acudió a la UNESCO, pero no consiguió más que palmadas en la espalda. Algunas empresas y amigos de su país lo auspiciaron con los equipos de montaña, y así, con pocos recursos económicos y una inabarcable carga de entusiasmo, regresó a Latinoamérica, dispuesto a caminar todo el tiempo que hiciera falta.
El chasqui francés reconoce que no es arqueólogo, ni arquitecto. Su interés es eminentemente humano. Al finalizar su caminata, condensará todo lo conocido, observado y aprendido en el camino en un libro. Espera que su testimonio contribuya a la puesta en marcha de proyectos culturales, educativos, de desarrollo, que a la vez tomen en cuenta las propuestas de las mismas comunidades, como es el caso del proyectado Templo del Sol de Cotacachi.

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De lo observado en la ruta, destaca la necesidad imperiosa de darles a las comunidades el poder para responsabilizarse del legado de sus antepasados. Nadie mejor que ellas, con sus conocimientos ancestrales y por su cercanía al camino, para conservarlo y aprovecharlo. Para el joven investigador, el Cápac Ñan y la cultura andina son tesoros fabulosos, que nada tienen que envidiarle a otras culturas del mundo.


Kirikù, el caminante

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Kirikù fue un obsequio de la comunidad de Zumbahua, localidad ecuatoriana. El nombre corresponde al del protagonista de un cuento africano. “Un niño que era el más pequeño de su tribu, pero también el más valiente”, cuenta Romain. Y la comparación le cae a pelo a la llama. No ha cumplido aún los tres años, pero afronta sin chistar, y diríase que con entusiasmo, las dificultades de la ruta.

Ambos caminantes han desarrollado una especial afinidad. Kirikú no se separa de Romain, y Romain ha llegado a pensar que no se separará ya de su compañero de aventuras. Llegará con él hasta Chile, y se quede en Latinoamérica o se regrese a Francia, lo llevará consigo.


Compromiso con el Cápac Ñan

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Antes de partir, el grupo sostuvo una reunión con representantes de la comunidad. Luego de escuchar a Romain y a los guías de turismo, los directivos de la Cooperativa Atahualpa Jerusalén manifestaron su disposición de limpiar el tramo del Cápac Ñan que atraviesa sus tierras, y hacerse cargo de su mantenimiento y conservación.

El gerente, Alejandro Quispe, expuso que su comunidad es conciente de la importancia del Camino Inca, por ser un símbolo de la ancestral cultura andina. Sabe que asumir el compromiso de la conservación de la ruta demandará tiempo y esfuerzo. Pero también puntualiza que la voluntad de trabajo es lo que caracteriza a los habitantes de Porcón.

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Las labores podrían iniciarse de inmediato, pero para ello necesitan contar con la autorización del Instituto Nacional de Cultura. Quispe recordó que hace un tiempo envió una carta haciendo hincapié en la necesidad de que se efectúen estudios y trabajos de conservación de los restos arqueológicos ubicados dentro del territorio de la cooperativa, porque la maleza, sumada a la acción del viento y las lluvias, los deterioran sin remedio. Hasta ahora no ha recibido respuesta. Espera que esta vez, su solicitud de permiso para iniciar por ellos mismos los trabajos de limpieza del camino original no encuentre obstáculos o silencio.

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Una vez que el camino haya recuperado su delineado original, podrá colocarse la señalización que hoy no tiene. Sin la ayuda de los guías de Porcón, hubiera sido fácil confundir el Cápac Ñan con los diversos caminos de herradura abiertas a lo largo del bosque, para el traslado de la leña, o abiertos en forma natural con el discurrir del agua de las lluvias y granizadas.


De Porcón a Cajamarca, por el Camino Inca



La caminata desde Porcón a Cajamarca, por tramos del Cápac Ñan, nos da la posibilidad de transitar por una pequeña parte de una genial obra de ingeniería incaica que abarcó una red de aproximadamente 30 mil kilómetros de caminos. Llegó hasta el sur de Colombia, atravesaba todo el Ecuador, Perú, Bolivia, el norte de Chile, y el norte de Argentina.

Además, nos permite un energizante contacto con la naturaleza circundante. Caminar por mágicos senderos sombreados de pinos y cipreses; recoger “piñas” para los adornos de las próximas fiestas navideñas; avistar una variedad de aves, apreciar a abejas y mariposas tomando el néctar de flores de vivos colores; saborear el “mote mote”, diminuto fruto silvestre, de color verde agua; ver hongos de todos los tamaños, que la cooperativa utiliza para preparar cerca de 18 platillos.
Fuera de la zona boscosa, podemos detenernos a observar las bases de antiguos asentamientos incas, semi ocultos entre el ichu.

A la altura del kilómetro 24, el restaurante de la zona ofrece sabrosos platos, en base a carne de res, o el tradicional cuy. Suficiente para reponer energías y retomar camino. A partir de allí podemos avistar el cerro Quilish, un “apu” de las comunidades campesinas. En él nacen los ríos Porcón y Grande, y es por eso que fue defendido de la explotación de la minera Yanacocha.

Cerca ya a la ciudad de Cajamarca, podremos visitar a los artesanos de Porcón Alto. En el kilómetro 16, están los tejedores de La Colpa-Porcón Alto, quienes exportan a Estados Unidos cojines, tapices, alfombras, carteras, gorros y cinturones elaborados con telar. Cerca están también los talladores de piedra. Una muestra de su trabajo se concentra en el tradicional cementerio de Porcón. Ambos grupos humanos continúan utilizando técnicas milenarias, que reflejan también la riqueza cultural del ande peruano.

Finalmente, cinco u ocho horas después de haber partido de la Granja Porcón -dependiendo del físico- se llegará a la Pampa de la Shicuana. Por este punto ingresó Francisco Pizarro por primera vez a la ciudad de Cajamarca, tras haber caminado más de 50 días desde la ciudad de San Miguel de Piura.